Cuando hablamos de desmaterialización de la biblioteca nos referimos al proceso de descontrucción en el que está inmersa su estructura física, su espacio y su colección pensadas como un todo bajo las premisas de la cultura industrial.
Este concepto de biblioteca se está descomponiendo porque las bibliotecas han de romper su materialidad y expandirse. Han de dejar de buscar la presencia monumental de sus espacios físicos y empezar a diluirse en pequeñas porciones, más flexibles, más dinámicas, integrándose en el paisaje de la ciudad o del entorno donde la biblioteca actúe.
Como indica Daniel Gil en su libro "Biblioteca Angular" (2010) donde reflexiona sobre el futuro de los espacios físicos de las bibliotecas:
“El edificio tiene que dejar de ser edificio, para convertirse en mobiliario urbano, integrado en el paisaje de la ciudad, pero sobre todo, integrado de forma invisible en la práctica diaria de cualquier persona”.
En el caso de las bibliotecas escolares tenemos que romper los muros, ser más pequeños e integrarnos en las estancias múltiples de nuestros centros educativos. Podemos imaginar unas bibliotecas mucho más presentes en la globalidad del centro que pueden estar en todas partes. Porque ahora lo significativo no es su materialidad sino los flujos informativos que desarrolla e impulsa.
Los espacios físicos de las bibliotecas en los últimos años ya han realizado una transformación, se han convertido en espacios sociales, de uso abierto, considerados puntos de encuentro y conexión en la comunidad en la que están. El valor del espacio físico en las bibliotecas ha de considerarse dentro del contexto de su necesaria expansión en los entornos virtuales. Estamos hablando de la biblioteca ubicua, omnipresente y adaptada a las nuevas realidades.