La competencia informacional precisa aprender a pensar para saber activar correctamente procesos cognitivos y lingüísticos en las situaciones de búsqueda, tratamiento y comunicación, pero también implica aprender a vivir, demanda el desarrollo de disposiciones afectivas que motiven y promuevan la curiosidad intelectual y las ganas de conocer y saber cómo actitudes para la vida.
Educar en información tal y como nos indicaba Félix Benito (1998) hace ya dos décadas, es una tarea que debemos articular en torno a tres variables que se relacionan y complementan: pensamiento, información y valores.
- Aprender a pensar: para desarrollar la autonomía en los procesos de planificación, control y evaluación para la resolución de tareas que implican la utilización de información.
- Aprender a informarse: para desarrollar habilidades para localizar, organizar, comprender, producir, presentar y comunicar información.
- Arender a vivir: para desarrollar disposiciones afectivas que motiven y promueva n la formación permanente, así como la colaboración con el grupo en el acceso a la información.
Nuestro mayor reto educativo en una sociedad sobresaturada de información es el hecho de fomentar y desarrollar la actitud del aprendiz permanente. Aquel que se aproxima a los medios para encontrar no sólo información sino significados, porqué busca respuestas para sus preguntas.
Así pues considerar la competencia informacional solo a nivel funcional en referencia a la adquisición de habilidades y destrezas, es solo actuar en la superficie de una propuesta educativa que se sustenta sobre algo más sólido y significativo: los valores vinculados al conocimiento y al aprendizaje. Valores humanistas que como indica la filósofa estadounidense Martha Nussbaum en su libro “Sin fines de lucro” (2011) se vinculan al desarrollo humano y a la construcción de una sociedad democrática.