"Por un lado, porque cuanto más incorporeidad más cuerpo se necesita. No hay espíritu sin cuerpo: el espíritu pide siempre una vuelve material. Pero más allá de esto, porque no se nos transformen en ruinas, deberán verlas venir y adaptarse a un nuevo mundo y a unos tiempos bárbaros - en el sentido de diferentes y difíciles de entender.
Las bibliotecas de piedra, tal como las hemos conocido, deberían convertirse en el anclaje de las digitales. No por las actividades que puedan hacer alrededor de los libros, que también - la biblioteca de Alejandría tenía un museo, jardines, incluso un pequeño zoológico; otras bibliotecas han tenido laboratorios, y todo suma, pero todo esto es periférico -, sino, al contrario, para que se mantenga lo que hay en el corazón mismo de los libros.
Las bibliotecas deberán batallar para no convertirse en una máquina más, deberán batallar por su libertad, como se ha tenido que hacer siempre. Al contrario de lo que podría parecer, las bibliotecas, hoy, tendrían que haberse vuelto más importantes, como salvaguardas del alma de los libros, y el trabajo de los bibliotecarios más esencial, porque personifica la esencia de estos libros. Siempre han tenido una responsabilidad grande, y las responsabilidades se ponen a prueba en los momentos de cambio.
Los sumerios hablaban de los catalogadores de libros como los "ordenadores del universo." Hoy el grueso de la catalogación la hacen los ordenadores eléctricos, pero la dirección de estos ordenadores, el alma, la humanización de estos libros infinitos, necesitará la aportación de los bibliotecarios. En las altas instancias estatales, pero sobre todo en los pueblos y en los barrios y en el contacto directo con los lectores. Como intermediadores, deben cumplir dos funciones, una consecuencia de la otra: elegirlos (suministrando los mismos), y garantizar la libertad del usuario respecto a los libros.
¿Como se hace esto, cómo se abren y se mantienen abiertas las vías a la libertad? Se ha hecho muy famoso últimamente un verso de Margarit que dice "La libertad es una librería". El verso está bien, pero la libertad la define mejor una biblioteca. Son bibliotecas, lo que periódicamente queman los represores: a Nínive y en Alejandría, en Berlín y en Sarajevo, el Quijote y Farenheit 451. Poco o mucho la librería se mueve por intereses comerciales, y eso quiere decir que allí el lector tiene la última palabra, y debe salir satisfecho. En una biblioteca pública, en cambio, los libros se mueven por intereses que si no son humanistas tampoco son comunitarios, y el humanismo no es más que la libertad.
Hay maneras más sutiles de cercar la libertad, además de censurar o quemar libros. Una de las más habituales en tiempos de cambios es el ahogamiento por exceso. La multiplicación de libros gracias a internet ha tenido un efecto parecido al que debía conllevar la invención de la imprenta. Apenas un cuarto de siglo después de que la primera imprenta comenzara a funcionar, un impresor y humanista de Venecia, Girolamo Squarciafico, ya fijarse en la paradoja de que "los libros en abundancia hacen menos estudiosos a los hombres."