Pero actualmente los espacios, los libros como objetos, la disposición de los materiales….todo evoca a un modelo envejecido y anticuado. Aunque hemos pintado las paredes de colores y dispuesto estanterías nuevas y renovado los fondos, y disponemos de un catálogo en línea…, el modelo organizativo que estamos utilizando es el mismo que utilizaban las bibliotecas del siglo XIX creadas en la era industrial. Ahora este paradigma resulta caduco y obsoleto.
Hemos de iniciar un proceso de desmaterialización porque en la sociedad contemporánea no es tan fundamental donde están los recursos ubicados sino la generación de acciones que nos faciliten su encuentro. Por ello para la biblioteca escolar son nucleares los procesos de filtro y redistribución que realicemos.
Porqué hablamos de bibliotecas escolares desmaterializadas no únicamente por la necesidad de expandir sus acciones al entorno virtual sino también por el menester de reorganizar la gestión y disposición de sus materiales físicos. Las nuevas prácticas informacionales precisan otra manera de acceder a este tipo de materiales que ahora deben ser mostrados, no únicamente ordenados y coleccionados. Todo ello ha de facilitar que nuestra sociedad pueda visualizar de forma más clara las dinámicas de interacción que una biblioteca escolar puede generar y las acciones mediadoras que estratégicamente diseña y proporciona.
No es que la colección deje de ser relevante, la cuestión es que la organización y gestión de los fondos ha de estar al servicio de las acciones mediadoras y no al revés. Hemos de considerar que la dinámica tradicional de organización bibliotecaria está guiada por el principio de catalogación y difusión de aquello catalogado. Hacer difusión para dinamizar el uso y consulta de los materiales incorporados a la colección, promocionar los recursos, darlos a conocer…. Todas estas dinámicas vinculadas a estrategias de publicidad y promoción para la explotación y rendimiento de la propia colección ahora deben reformularse. Son dinámicas mediadoras pero que parten siempre de la colección para o hacia unos posibles usuarios. Usuarios a los que quizá algún día o en algún momento aquello que disponemos les pueda llegar a interesar. En una biblioteca escolar no podemos seguir con esta premisa.
Actualmente los criterios para la adquisición y filtro de contenidos no se pueden ya vincular a construir un corpus bibliotecario como a un todo. Esto representa en este momento una quimera enciclopédica fuera ya del tiempo contemporáneo porque el concepto de corpus bibliotecario es caduco y obsoleto. Pero resulta muy relevante para la institución escolar disponer de un agente que realice una función de filtro y mediación de contenidos. Esta función pasa a ser el objeto y finalidad misma de la colección de materiales físicos de la biblioteca y de la gestión de los recursos digitales que esta facilite.
Si visualizamos una biblioteca escolar con una colección constantemente dinámica y versátil, que sea capaz de adaptarse a las necesidades que vayan surgiendo en cada curso escolar, que se desarrolle en función de proyectos y iniciativas formativas… entonces necesitamos de una política de contenidos interna muy clara que de estabilidad a nuestro trabajo, que defina criterios de adquisición y filtro, así como determine principios para el expurgo y la renovación continua, especialmente considerando las características de los contenidos digitales. Esta posibilidad es un camino que necesariamente debemos considerar.