lunes, 12 de febrero de 2018

Apostando por bibliotecas escolares singularizadas y en manos del profesorado

El Artículo 113 de la LOE (recogido en la LOMCE) dispone la existencia en los centros educativos de una biblioteca como espacio y dotación. Determina su función (el fomento de la lectura y el acceso a la información) y resalta su valor social como espacio abierto a la comunidad, pero no define un modelo específico para su uso y su organización.

Han sido las directrices bibliotecarias y los documentos de referencia de diversas administraciones educativas, quien en las dos últimas décadas, han hecho esta labor orientadora. Han ido definiendo para la biblioteca escolar ámbitos de actuación y orientaciones para su uso, con el objetivo de impulsar su implementación en el sistema educativo.

En este momento tenemos un corpus teórico, pero es un corpus desigual y diverso porqué se presentan dos modelos que responden a dos interpretaciones del concepto de biblioteca escolar. Las diferencias son sutiles pero las podemos identificar en la manera cómo se articulan las orientaciones. Unas lo hacen desde la propia biblioteca y las otras desde dentro de la escuela.

El objetivo es compartido, se trata de incorporar el uso normalizado de la biblioteca escolar considerando las necesidades que el proyecto educativo presenta en lectura y acceso a la información. Las diferencias solo están en la manera de hacerlo. En el papel que asume la biblioteca en el centro escolar.

¿DONDE ESTÁN LAS DIFERENCIAS?

El artículo 113 utiliza el término "contribuir" para nombrar el tipo de acción que ha de realizar la biblioteca. Si atendemos a matices semánticos y al uso de sinónimos, esta expresión puede sugerir dos interpretaciones distintas del concepto de biblioteca escolar.

La primera considera que la biblioteca “contribuye” al fomento de la lectura y al acceso a la información con sus propias acciones (servicios y programas), actuando como agente educativo con competencias pedagógicas asignadas. Estas serian apoyar la labor docente y proporcionar servicios a la comunidad educativa aportando valor añadido a las dinámicas escolares. Si una biblioteca escolar está en disposición, por diversas circunstancias, de poder ejercer este rol dentro de la escuela es una situación excelente. Más aun si logra incentivar la actividad docente.

Pero no es una situación extensible a todas las realidades.  Hay tres problemas evidentes:

(1) Esta visión representa por parte del responsable de la biblioteca una tarea constante de integrar y justificar la labor de la biblioteca en estas dinámicas académicas y sociales.

(2) Existe el peligro que se produzca una incompatibilidad de funciones que haga entrar en colisión las funciones de la biblioteca con las funciones de otros agentes u órganos de coordinación de la escuela.

(3) Para desarrollar este modelo la biblioteca escolar tendría que estar regulada con detalle, pero hacerlo implicaría tener que fijar unos mínimos, que en determinados contextos educativos podrían ser máximos imposibles de implementar.

La segunda interpretación considera que la biblioteca (como espacio y colección) “contribuye” al fomento de la lectura y el acceso a la información usándose por parte del equipo docente en sus actividades de aula, inter ciclos o de centro, recogidas en la programación. No se otorga a la biblioteca un rol pedagógico activo sino un papel instrumental de recurso facilitador.

Esta diferencia puede apreciarse en la manera como explicamos las cosas que hacemos con la biblioteca. Por ejemplo: “La biblioteca organiza un recital de poesía para los alumnos de tercero”… o.... “los alumnos de tercero realizan un recital de poesía en la biblioteca”. “La biblioteca articula programas para la competencia informacional “, o bien “en la biblioteca se realizan actividades especificas del programa de centro sobre competencia informacional”,…”La biblioteca promueve el trabajo por proyectos”, o…”los chicos realizan un proyecto de investigación con los materiales de la biblioteca…. “La biblioteca establece itinerarios de lectura” O... “la comisión de lectura realiza itinerarios lectores que se gestionan desde la biblioteca”.

La cuestión es si consideramos la biblioteca escolar como un recurso para ser usado, incorporándolo en las dinámicas escolares, o bien un agente educativo que asume competencias pedagógicas de apoyo o incluso de liderazgo en el ámbito de lectura y acceso de información. Una concreción que no está presente en el artículo 113.


PROPUESTA

Ante tal diversidad de propuestas algunas voces plantean la tesis que el vacío legislativo en el modelo, es la raíz del problema que impide a las bibliotecas escolares desarrollar todo su potencial. Que deberíamos plantear un modelo claro y concretarlo legislativamente.

La biblioteca escolar como recurso educativo podría estar regulada con detalle, pero hacerlo implicaría tener que fijar unos mínimos, que en determinados contextos educativos podrían ser máximos imposibles de implementar.

También representaría por parte de la administración haber de comprometerse en desarrollar una infraestructura técnica y formativa específica, en forma de red bibliotecaria para sostener este proceso de estandarización. Y no parece esta una prioridad en sus políticas.

Ello aseguraría la existencia de bibliotecas en todos los centros pero no garantizaría realmente su uso e incorporación en las dinámicas escolares. Lo favorecería y lo incentivaría, que es lo que ha sucedido en muchísimos casos.

Hay que intentar que las bibliotecas escolares sean un recurso que puedan estar realmente en manos del profesorado y al servicio de la comunidad educativa. Y esta cuestión no solo se consigue con normativas, también requiriere dinámicas de trabajo colaborativas y propuestas metodológicas activas en los procesos de aprendizaje. Y un compromiso de la comunidad educativa en referencia a la lectura y a la mejora de los aprendizajes. La biblioteca escolar es una opción pedagógica.

El potencial de la biblioteca escolar ha de ser promovido desde dentro de la escuela. El vacío legislativo en su concreción podría incluso ser lógico, si la intención es que cada centro sea el que tenga que concretar un proyecto de uso y gestión de la biblioteca.

En el marco de la transformación educativa necesitamos una biblioteca escolar con un rol facilitador, una presencia global y normalizada, no asumiendo liderazgos sino con un responsable de la biblioteca que trabaje dentro de equipos de coordinación y realizando docencia compartida.

Cada comunidad educativa tendría que poder definir el modelo de biblioteca escolar que desea, es decir las funciones que quiere atribuirle en relación a sus proyectos prioritarios y su singularidad.

En conclusión podemos considerar que necesitamos una PROPUESTA ABIERTA QUE PERMITA SINGULARIZAR SU DESARROLLO. A pesar que la legislación educativa pueda ser incompleta, estamos ante un recurso educativo que ha de ser usado y gestionado en función de las necesidades especificas de cada centro, considerando la diversidad de realidades y contextos.

Normativas y directrices con máximos inasequibles, frustran más que ayudan, retraen más que no impulsan. Hay que partir de mínimos posibles muy vinculados a la realidad pedagógica de la escuela, que partan de lo básico y abrir las puertas a posibles avances en otros sentidos si se da la posibilidad.

Las bibliotecas de los centros educativos son muy diversas. No hay, ni podrá haber, dos bibliotecas escolares iguales, aunque compartan un modelo base. Existirá una gran variedad de bibliotecas escolares porqué existe una gran diversidad de realidades y contextos en nuestro sistema educativo.