Para ello, se configuran dos ámbitos de acción para desplegar los contenidos educativos de la educación literaria. En primer lugar, la enseñanza de la lectura literaria que implica adecuados procesos de mediación y el acceso a buenos textos. Y, en segundo lugar, la formación o desarrollo de un lector literario, competente y autónomo a lo largo de toda su vida.
Estas dos áreas de actuación educativa requieren de manera implícita la creación de entornos lectores en los centros educativos, para poder aproximar los usos escolares de la lectura a sus usos sociales.
La enseñanza de la lectura literaria constituye los contenidos específicos de la educación literaria. Para ello hay que ofrecer textos de calidad que permitan diferentes niveles de lectura. Enseñar a leer los textos literarios implica que esta educación ha de ser entendida como una mediación. En primer lugar debe desactivar resistencias, y posteriormente hacer posible que los alumnos tengan acceso a la lectura de libros cada vez más complejos.
Como señala Guadalupe Jover (2009): “Esto requiere de una intervención educativa delicada. Es necesario intervenir en el proceso lector desarrollando las habilidades que cada lectura requiere. Necesitamos poder conciliar los requerimientos del grupo-clase y los de cada lector individual”.
Para ello es necesario configurar itinerarios lectores lo suficientemente flexibles para propiciar la lectura compartida de algunas obras en las aulas y a la vez posibilitar que cada alumno vaya configurando su propio itinerario lector. Porque lo prioritario es crear conciencia de lector, promover la curiosidad intelectual, el entusiasmo y las ganas de saber y conocer.
Una cosa es saber leer y otra es ser lector. Es obvio que la primera destreza es un requisito para la segunda, pero del aprendizaje de la lectura no se infiere necesariamente la condición de lector y menos aún la de lector literario (MATA, 2004).
Aprender a leer y escribir es algo personal que se realiza en un entorno social que lo provoca o lo obstruye. Así pues, el desarrollo intelectual de un niño está en relación directa con la diversidad de experiencias que realice. La buena actividad pedagógica debe consistir básicamente en proveer de actividades de aprendizaje accesibles a un niño o a un joven y aptas para avivar su curiosidad y su inteligencia.
Iniciar y consolidar procesos lectores es una necesidad. Estos son los que pueden ir configurando al lector literario. Hay que leerles a los niños o entregarles los libros que ellos puedan leer en soledad. Pero… ¿qué libros hacen lectores? ¿Cuáles de ellos deben prevalecer en las aulas?, ¿cómo conciliar las lecturas espontáneas de los alumnos con las lecturas canónicas y regladas que impone el sistema escolar?
Como indica Gonzalo Moure (2007): “La escuela tiene la responsabilidad de hacer que los chicos y chicas puedan llegar a probar el sabor de la auténtica literatura, la que alimenta el pensamiento y la capacidad crítica. Será difícil que lleguen a ella jamás si les seguimos dando “libros –potito” para que luego elijan ellos qué leer”.
Texto extraído de:
Durban Roca, Glòria. La biblioteca escolar, hoy. Un recurso estratégico para el centro. Barcelona: Graó, 2010. Biblioteca de Aula ; 273.