domingo, 3 de marzo de 2013

Nos ha de importar más como se leen los libros que los propios libros. El libro no es un fin en sí mismo, sino que el libro adquiere sentido cuando suscita "vida" en quien lo lee

(Ilustración de Óscar T. Pérez)
El entorno digital y los dispositivos electrónicos están facilitando en su uso la práctica de un tipo especifico de lectura. Se trata de una lectura rápida, muy útil para procesos de selección y recuperación de información. Una lectura fragmentada y susceptible de ser catalogada como "superficial".

En la escuela es importante que nuestros alumnos realicen y desarrollen este tipo de lectura selectiva, pero para su formación y desarrollo personal también es necesario iniciarlos y mantenerlos (en hábito y afición) en la práctica de una lectura más lenta que puede ser analítica, reflexiva o de disfrute y que resulta indiscutiblemente rica y beneficiosa a nivel personal.

Si los dispositivos electrónicos nos permiten también acceder a textos largos y a ejercer una lectura intima, bienvenidos sean. El problema no ha de ser la tecnología, sino el hecho de considerar que esta facilite o no, permita o dificulte, el acceso a este tipo de textos, y a este tipo de prácticas lectoras.

No podemos perder la experiencia de la lectura sosegada y solitaria, aunque más tarde compartamos nuestras lecturas en una red social.  No podemos dejar de cultivar la sensibilidad y la capacidad de admiración que nos proporciona la lentitud de los textos largos. No podemos perder la oportunidad de interrogarnos a nosotros mismos mientras leemos.

Por eso es importante considerar que lo que nos ha de importar realmente en la escuela en referencia a este tema, es como se leen los libros más que los propios libros. Lo importante no es si accedemos a ellos en formato digital o en papel, sino si accedemos o no a ellos, y que beneficios nos comportan.

Juan Domingo Argüelles en su libro "Si quieres lee.. Contra la obligación de leer y otras utopías lectoras" insiste en esta cuestión:
  • Nos ha de importar más como se leen los libros que los propios libros. El objetivo de la lectura de libros no está en los libros mismos sino en la mente y en el sentimiento del lector. Es este el modo de leer que todo libro nos exige: leer como quien pasa, meditando y sintiendo la múltiple realidad, sintiendo las páginas tan sólo un humilde pretexto para reflexionar y emocionarnos no por los libros sino por la vida.
  • No es la cantidad de libros que se leen lo que nos amplía en mundo, sino cómo se leen esos libros y qué despiertan en nosotros. En otras palabras, leer libros para pensar y sentir más vivamente: pensar y sentir, lo que ya hacemos de todos modos, sin libros.
  • El libro es buen alimento si encarna en nuestra vida y si es reflejo del vivir más que del leer. Su fin no es el saber por el saber mismo, sino la revitalización de la existencia. 
  • Lo que un libro nos ayuda a descubrir es lo que nosotros mismos llevamos pero no habíamos advertido, aunque esto no sea únicamente virtud de los libros. La vida no está en los libros sino de un modo reflejado: no es la vida, es su sombra.
  • Paradójicamente, el lector que se precie de serlo está llamado a ser cada vez más escéptico y más ignorante, por cada libro que lee. Cada libro en su haber (pero también en su sentir y en su saber) enriquece las dudas, y con ello, el conocimiento. 
  • Más que certezas inamovibles, y acaso sagradas, los libros nos entregan oportunidades de reflexión, amplitud de pensamiento y emoción, y mayor capacidad para comprender que mientras más conocemos más ignorantes somos. 
  • Leer, en sentido más exacto, es leernos, conocernos y reconocernos. Quien lee un libro dialoga con él y consigo mismo (y en este caso no es monólogo), porque ese libro (que escribió otro ser humano), le puede hablar de muchas cosas, pero sobre todo de una que es fundamental: de lo que siente y piensa el que está leyendo, y de lo que siente y piensa el que lo escribió. Por ello todo libro más que un texto, en realidad es un pretexto: ese pretexto que necesitamos para interrogar e interrogarnos. De otro modo el libro es cárcel, universo cerrado, prisión mental y espiritual.
  • Pero lo cierto es que de muy poco sirve ser lector capaz y hábil, si no tenemos la capacidad ni la habilidad para comprender que el libro no es un fin en sí mismo, sino que el libro adquiere sentido cuando suscita reflexiones, dudas, inquietudes, subversiones, gozo y desdicha, euforia o melancolía en quien lo lee. 

(*) Argüelles, Juan Domingo. Si quieres lee.. Contra la obligación de leer y otras utopías lectoras. Madrid: Fórcola, 2009.