jueves, 27 de diciembre de 2012

La textualidad digital es blanda, móvil e infinita. En el espacio digital es el texto mismo, y no su soporte, el que está plegado.

Respecto a la existencia del libro en el contexto actual de la tecnología digital el historiador francés Roger Chartier plantea unas interesantes reflexiones en la conferencia "¿Qué es un libro? ¿Qué es leer? Una doble genealogía" realizada en la Universidad de Chile el 5 de diciembre de 2012 en el marco de su nombramiento como miembro honorario del Observatorio del Libro y la Lectura.

La originalidad y la importancia de la revolución digital consta en que obliga al lector contemporáneo a abandonar todas las herencias pasadas ya que la textualidad digital no utiliza más la imprenta, por lo menos en su forma tipográfica, ignora el libro unitario y está ajena a la materialidad del códice.

Esta revolución digital es original por significar al mismo tiempo una revolución de la modalidad técnica, de la producción, de la reproducción y de la circulación de lo escrito. Una revolución de la percepción de los textos en su forma de inscripción y una revolución de las prácticas de lectura frente a los textos. Ello genera una inquietud en aquellos lectores que entraron al mundo digital habiendo nacido en los hábitos de la cultura impresa porque deben transformar sus hábitos y sus percepciones. También está el desafío de identificación del libro entendido como obra, el libro entendido como objeto, cuya existencia empezó durante los primeros siglos de la era cristiana y que parece desaparecer en el mundo de los textos electrónicos.


La realidad del presente está caracterizada por una nueva técnica y forma de inscripción, difusión, multiplicación y apropiación de los textos, ya que las pantallas del presente no ignoran la cultura escrita sino que la multiplican y la hacen proliferar. Para comprender este fenómeno Chartier se refiere a dos planteamientos de Antonio Rodríguez de las Heras. 

Por un lado la consideración que la pantalla no es una página sino un espacio de tres dimensiones que tiene profundidad y en el que los textos alcanzan la superficie iluminada. Por consiguiente, y por primera vez, en el espacio digital es el texto mismo, y no su soporte, el que está plegado. La lectura del texto electrónico debe pensarse, entonces como "desplegando el texto", una textualidad blanda, móvil e infinita. 

Por otro lado hay que considerar que semejante lectura dosifica el texto sin necesariamente atenerse al contenido de una página, y compone ajustes textuales singulares y efímeros. Así pues esta lectura discontinua es segmentada, supone una lectura rápida y fragmentada, que busca informaciones. Esta lectura es conveniente para obras de naturaleza enciclopédica, que nunca fueron leídas desde la primera voz hasta la última página, pero parece inadecuada frente a los textos cuya apropiación supone una lectura continua y atenta, donde hay una percepción del texto como creación original. 

¿Morirá el libro? Según  Chartier...

"La respuesta pertenece a los nativos digitales, a los que nacieron como lectores dentro de una pantalla y que identifican cultura escrita y textualidad digital. Son sus prácticas más que nuestros discursos las que van a decidir la supervivencia o la muerte".