lunes, 26 de noviembre de 2012

Sustituir un pensamiento que aísla y separa, por un pensamiento que distingue y conecta según Edgar Morin

La cultura digital en la que estamos inmersos requiere la determinación de unas prioridades educativas que deben ser abordadas sin temor. Si pensamos verdaderamente en una sociedad del conocimiento estamos visualizando una sociedad del aprendizaje. Enseñar para la sociedad del conocimiento implica en consecuencia, el desarrollo de un profundo aprendizaje cognitivo que impulse la reflexión y la creatividad en los estudiantes.

En cierto modo estamos ante una paradoja profesional, pues de la enseñanza se espera que cree las habilidades y capacidades humanas que puedan permitir a individuos y organizaciones sobrevivir y tener éxito en la sociedad del conocimiento para la prosperidad económica. Y al mismo tiempo, se espera del sistema educativo, que mitigue y contrarreste muchos de los inmensos problemas que crea esta misma economía o los lastres sociales que desencadena de manera colateral.

La educación se encuentra en una posición privilegiada para enseñar un conjunto de valores, disposiciones y sentimientos de responsabilidad global que van más allá de los límites de la economía del conocimiento. Esto implica desarrollar los valores y las emociones de la personalidad de los jóvenes, dar especial énfasis al aprendizaje emocional además del aprendizaje cognitivo. Ayudar a construir compromisos para la vida en grupo y cultivar una identidad cosmopolita (HARGREAVES, 2003).

Necesitamos impulsar un gran esfuerzo para favorecer un sistema educativo en el que los docentes sean capaces de promover la creatividad y el ingenio de los estudiantes junto al desarrollo de una enorme capacidad para comprender. Edgar Morin (1999) formula está idea de forma rotunda: “Necesitamos educar para la comprensión”. Una comprensión entendida como adquisición de pleno conocimiento.

En este sentido debemos diferenciar dos tipos de comprensión: la comprensión intelectual u objetiva y la comprensión humana intersubjetiva. Las dos deben cultivarse paralelamente. Una pasa por la inteligibilidad y por la explicación, y la otra supera la explicación y la racionalidad, comporta una comprensión que incluye un proceso de empatía y de identificación personal.

Así pues, el desarrollo de esta comprensión profunda conceptual y experiencial requiere una reforma del “pensamiento” (de la manera de pensar) y en este sentido el reto educativo es de alto nivel y de gran dificultad. Hay que sustituir un pensamiento que aísla y separa, por un pensamiento que distingue y conecta. Hay que sustituir un pensamiento disyuntivo y reduccionista por un pensamiento de la complejidad que contextualiza y globaliza (MORIN, 1999).

Vivimos en un entorno complejo y hay que preparar a nuestros alumnos, armándolos de recursos personales para la vida. Recursos intelectuales pero también emocionales que les permitan una mejor comprensión no solo de conceptos y conocimientos abstractos _históricos o científicos_ sino también de sus propias experiencias vitales y de la complejidad intrínseca de la condición humana llena de contradicciones e incomprensiones.

En una época como en la que estamos, llena de incomprensión generalizada y de superficialidad en las relaciones personales, es prioritaria la educación de estos aspectos. Para ello deben cultivarse paralelamente la racionalidad y la sensibilidad partiendo de la propia actitud interrogativa de los alumnos. Porque la actitud de curiosidad, de sorpresa o admiración ante lo que nos rodea es lo que hace despertar aquello que podríamos denominar “actitud filosófica” del ser humano. Esta es algo a cultivar y educar, es una actitud de obertura y búsqueda constante, de quien no se contenta con lo que ha recibido, la actitud que adopta el que ha decidido pensar por sí mismo.

Así se argumenta la necesidad de contribuir a la formación de nuestros alumnos con una consciencia humanista y ética. La educación ha de contribuir a la autoformación de la persona y al aprendizaje de lo que significa ser ciudadano en una sociedad democrática.

Ante los nuevos retos educativos lo que se presenta como básico y imprescindible no dejan de ser objetivos tradicionales de la educación. Necesitamos mentes inteligentes pero también personas bondadosas y sensibles llamadas a la acción para la transformación social. Para ello también es necesaria una educación de la sensibilidad, como predisposición de obertura hacia los que nos rodean, para enriquecer la propia visión del mundo y del ser humano. Hay que desarrollar procesos educativos que pretendan conseguir la capacitación para interiorizar lo leído, visto o experimentado, ejercitando el pensamiento, la imaginación y en sentido crítico.

En esta cuestión, la lectura es una herramienta fundamental, especialmente a través de la literatura. Esta se convierte en una escuela de la comprensión de las vicisitudes humanas partiendo del propio yo y de la interacción personal con las obras.


Texto extraído de:

Durban Roca, Glòria. La biblioteca escolar, hoy. Un recurso estratégico para el centro. Barcelona: Graó, 2010. Biblioteca de Aula ; 273.